sábado, 5 de enero de 2008

A Marcela y Elisa

El link a este blog desde la web a desbancando a Marcela Y Elisa. así que voy a copiar la visión de Espido Freire sobre estas dos pioneras del matrimonio Homosexual en españa.

UNA HABITACIÓN PROPIA
Marcela y Elisa: Maestras naúfragas
por ESPIDO FREIRE
La borrosa fotografía de la boda muestra a un hombre alto, en apariencia más joven que la mujer vestida de negro, con tocado oscuro y gesto serio, que se apoya en su brazo. Sus nombres eran Marcela Gracia y Mario Sánchez. Comenzaba junio de 1901, y en La Coruña la primavera tardaba; los trajes de los contrayentes parecen más adecuados para el invierno gallego, dilatado y lluvioso. El padre Cortiella, que ofició la boda, había bautizado a Mario un par de semanas antes, el tiempo justo para publicar las amonestaciones; se sentía orgulloso de haber convertido a aquel joven de unos 30 años, hijo de un inglés ateo, al que el amor de una señorita de buen nombre, hija de un oficial, había interesado por el catolicismo.
La ceremonia fue rápida, los padrinos dieron fe de su validez, y los novios pasaron la noche de bodas en la pensión Corcubión, de la calle de San Andrés. Mario había confesado al padre Cortiella que había dejado embarazada a Marcela, y que deseaba que el niño naciera decentemente. A partir de ahí, el escándalo. Cuando Marcela regresó a Dumbría, la localidad donde impartía clases, los vecinos reconocieron a su marido: nada de Mario, nada de pasado inglés. El joven era, en realidad, Elisa Sánchez, la maestra de Vimianzo, que cada noche, desde hacía varios años, recorría la docena de kilómetros que las separaba para compartir la casa escuela con Marcela. Las dos maestras, mujeres de carácter, educadas y de buena cuna, eran muy conocidas en la zona, que las había visto compartir hogar sin sospechar nada fuera de una amistad o una conveniencia frente a la soledad.
Muchos colegios de la época impedían que las maestras de primaria se casaran. Las normas que regían su comportamiento obedecían a lo que esperaba la sociedad de una mujer que trabajaba fuera de casa, pero que, al mismo tiempo, debía ser el ejemplo de los niños a su cargo. Con la prohibición de usar maquillaje o vestidos vistosos, por supuesto de beber o fumar (pocas mujeres de clase media se permitían caer en esos hábitos), un horario estricto y el férreo control de los vecinos, las maestras rurales tendían a relacionarse entre sí por la propia excepcionalidad de su trabajo. El sueldo que recibían era tan pobre como reflejaba el peculiar dicho español: pasar más hambre que un maestro de escuela. La soledad y la incomprensión acompañaban a las pocas mujeres que se arriesgaban a un oficio así.
Se habían conocido, muy jóvenes, en la Escuela Normal de Maestras de La CoruñaPero a Marcela y a Elisa no les preocupaba, posiblemente, el aislamiento; se enfrentaban a otros problemas mayores, invisibles y concretos. Se habían conocido, muy jóvenes, en la Escuela Normal de Maestras de La Coruña y se habían enamorado de tal modo que la familia de Marcela, menos ingenua que otras, había sospechado pronto de aquella relación. La amistad entre ellas excedía los límites recomendados, incluso los de una sociedad que negaba la homosexualidad en general y desconocía, en particular, la femenina, y que por lo tanto se encontraba deseosa de interpretar a su manera la cercanía y el afecto entre dos mujeres. Como panacea, de uso dudosamente eficaz, enviaron a Marcela a estudiar a Madrid. Quizás su familia gozara de más medios, o de mayor influencia que la de Elisa, que no reaccionó. Marcela, lesbiana, con interés por el estudio, con la voluntad de vivir por sí misma, no debió ser una hija cómoda; pero mientras pudieran, intentarían corregir su desviación, y convertirla en una mujer ejemplar. Sin duda, creían con fuerza en que actuaban por su bien.
La separación, posiblemente absoluta (cartas interceptadas, una distancia, Madrid-Coruña, casi insalvable entonces, quizás la resignación ante el poder paterno, o el destino) duró unos pocos años. Los primeros destinos de las dos mujeres las acercaron de nuevo: una comenzó a enseñar en Couso. La otra, en Vimianzo, una parroquia muy cercana. Pronto comenzaron a vivir juntas. Frente a la familia, que lo sabía (debían saberlo, la madre de Marcela fue acusada de presenciar, sin impedirlo, los acontecimientos) y la comunidad, que lo toleraba, Elisa decidió dar un paso más.
Vivían en una tierra de naufragios, de marineros que desaparecían con familias en tierra a sus espaldas y de viajes interminables. Un primo náufrago prestó el nombre y parte de su historia a Elisa. Se cortó el pelo, se agenció ropas de hombre, y pasó a llamarse Mario. Mario surgido del mar, de las catástrofes, nacido de nuevo. Pidió otro certificado de estudios, se aseguró de que la Iglesia, con el bautismo y la comunión, legitimara su existencia.
Sus vecinos, que podían cerrar los ojos ante lo que no conocían, o intuían a medias, no continuaron indiferentes. El matrimonio sin hombre, la perversión de las dos maestras, fue portada de los diarios gallegos, primero, y de los madrileños, después. El castigo fue fulminante: ambas perdieron el trabajo, fueron excomulgadas, y se dictó una orden de busca y captura, que debió encontrarlas primero en Vigo, y luego en Oporto, el último lugar por el que se sabe que pasaron. Allí se embarcaron, posiblemente hacia Argentina, como tantos otros gallegos.
Las normas para las maestras allí (se conoce un escalofriante contrato de 1923 en el que las maestras deben de vestir una doble falda, no pueden abandonar la escuela entre las ocho de la noche y las seis de la mañana, y se les prohibe mostrarse en establecimientos del centro) no parecían prometerles mayor libertad. No se sabe qué fue de ellas, ni si lograron engañar a sus nuevos compatriotas. Si hubieran nacido ahora ¿no las habrían acosado de manera parecida?
No sorprende la censura de su matrimonio homosexual: hubiera sido ingenuo esperar otra cosa en aquella España conservadora, ignorante y aislada, apenas conocedora de las pérdidas de un imperio que se desmoronaba. Tampoco extraña la determinación de las maestras; ante las grandes dificultades se forjan los grandes amores. Pero es terrible pensar en el vacío de aquellas dos escuelas, en las maestras sustitutas, condenadas al frío social y a una conducta intachable. En los niños analfabetos tirando de las vacas o cortando berzas para el caldo, libres de la cantinela de las tablas de multiplicar o los afluentes del Ebro, que morirían, adultos y aún ignorantes, en la Guerra Civil; en cuánto importaba la moral, las apariencias, el qué dirán, qué poco la enseñanza. Exactamente como ahora.

2 comentarios:

Jose Carlos Alonso Sánchez dijo...

Toda la información sobre esta historia se encuentra en:

www.milhomes.es

En la propia portada hay un icono dedicado a ellas.

Jose Carlos Alonso Sánchez dijo...

Se me olvidava, hoy es el aniversario de su boda.

palyginti kainas